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13/02/2020
Autor: admin
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4 historias de amor orientales

Leyenda China: “Los amantes mariposa”

Durante la dinastía Jin oriental (del 266 al 420) una joven llamada Zhu Yingtai vivía en la provincia de Zhejiang como la única mujer de una rica familia. Contra la tradición, la joven convenció a su padre para que le dejara continuar sus estudios académicos disfrazada de hombre.

Para ello viajó a Hangzhou. Durante su periplo conoció a otro joven llamado Liang Shanbo que acabó siendo su compañero en la escuela. Estudiaron juntos durante 3 años y la joven protagonista de nuestra historia se enamoró de su compañero.

Cuando llegó la hora de separarse, Zhu, desesperada por no dejar de ver a su amado, se ofreció para hacer de celestina y emparejar a su amigo Liang con una supuesta hermana suya. Tras llegar a casa de Zhu, Liang descubrió atónito que en realidad la enamorada Zhu es una mujer y se trataba de ella desde un principio.

A pesar de no ser rechazada por su querido Liang, Zhu descubre que sus padres la tenían apalabrada para compromiso con un mercader llamado Ma Wencai. Lentamente deprimido, Liang murió, y Zhu Yingtai, días más tarde -e igualmente deprimida- se disponía a casarse.

El día de las nupcias, un violento remolino impidió la realización del cortejo y obligó a Zhu a no despegarse de la zona en la que se encontraba el lugar de reposo de Liang. Tras los fuertes vientos, la tumba del muchacho se abrió, y Zhu, extremadamente debilitada por su tristeza, recorrió la distancia justa hasta desplomarse junto a él.

En aquel preciso momento, cuenta la leyenda que un grupo de mariposas surgió del punto exacto de reunión de los amantes, y tras posarse brevemente en el lugar, se alejaron volando.


Leyenda Coreana: “Yeonriji”

Según cuentan, esta leyenda ocurrió durante la dinastía Song, entre otoño y primavera. Los susurros del tiempo dicen que comenzó cuando un eunuco se convirtió en rey tras la expulsión de su hermano. Pronto se erigió en tirano, afanoso bebedor de alcohol.

Un día, preso de sus vicios y malas costumbres, encontró a una bella mujer a quien no dudó en forzar para convertirla en su concubina. Esta dama era esposa de un pueblerino llamado Han Bing.

Al verse profundamente separados, ambos amantes sufrían lo indecible. Presa de tan profundo dolor, Han Bing se suicidó. Su doliente esposa, al enterarse de su fallecimiento, se aferró al mismo camino quitándose la vida. Tras su marcha solo quedó una breve nota que rezaba: “mis manos juntaré con Han Bing”.

El rey, encolerizado y sintiéndose insultado, decidió enterrarlos excepcionalmente lejos el uno del otro. Sin embargo, aquella noche, dos árboles crecieron a los pies de cada tumba. Tras apenas 10 días, crecieron frondosos y hermosos. Sus ramas más elevadas se enredaron colocándose una debajo de la otra.


Leyenda Japonesa: “El Espejo”

Dicen que existió, hace muchos siglos, una pareja modesta con una hija. Él era un samurái y ella una tímida mujer de sus labores. Ambos de clase humilde. Vivían felices con la normalidad de las pequeñas cosas del día a día.

Poco tiempo después, en su región, fue elegido un nuevo rey. El samurái, ejerciendo como tal, tuvo que ir a la capital para servir durante un tiempo en la corte del nuevo monarca. A las pocas semanas, el samurái comenzó a anhelar volver con su familia. No veía la hora del ansiado regreso.

A su vuelta, trajo consigo obsequios para su esposa e hija. Una muñeca para la pequeña y un espejo de bronce plateado para su amada. La humilde esposa, que jamás había visto antes algo así, -al tratarse de un objeto lujoso en aquellos tiempos-, preguntó sorprendida quién era aquella mujer aparecida en el precioso presente.

Su marido comenzó a reír y le explicó de qué se trataba. A lo que ella reaccionó con gran rubor. Entendió que aquello era su propia imagen y durante largo tiempo lo tuvo escondido como oro en paño. Era un presente nacido del amor y como tal, era sagrado.

Los años pasaron como hojas delgadas en un libro ancestral, y de aquella bella y humilde mujer quedaba un reflejo marchito ya doliente. En su último aliento, cogió el espejo para dárselo a su hija y le dijo, -con un delicado hilo de voz- que cuando ya no estuviera en esa tierra, siempre estaría con ella y podría encontrarla ver a través de aquel espejo.

Su hija, ya convertida en una bella joven, comenzó a observar el presente de metal durante horas. Convencida de que su propio reflejo era su amada madre. Su padre, ausente de aquella situación, le preguntó a la hija acerca de lo que miraba con tanto ahínco. La respuesta de su hija fue que observaba a su madre y que ahí, en ese reflejo, la sentía bella, saludable y feliz.

Aquel samurái, padre y esposo, -profundamente conmovido- le respondió que, así como la hija veía a su madre en el reflejo del espejo, él hallaba a su esposa en el bello rostro de su juventud.

 


Leyenda India: “Taj Mahal, símbolo de amor eterno”

Inumerables fuentes narran en la historia, que Shah Jahan (que significa “Rey del Mundo”) -primero príncipe y después emperador-, se enamoró a primera vista de la princesa Arjumand, hija del primer ministro de la corte, de tan sólo 15 años.

La conoció probándose un collar de diamantes, y tras prendarse de ella al instante, decidió regalarle aquel caro presente. A pesar de todo, su historia no pudo fructificar hasta 5 años más tarde por la influencia política y social de ambas familias.

Por obligación, Shah Jahan tuvo que desposarse con alguien de su mismo rango, y así fructificó su enlace con la hija del Rey de Persia. Insisten fervientemente quienes cuentan esta historia, que el Emperador Shah no dejó de pensar ningún día en la bella Arjumand. Finalmente, gracias a la ley islámica –que le permitía tener varias mujeres- el año 1612 pudo tener como esposa a su deseado amor.

Tras la unión como su cuarta esposa, Arjumand pasó a convertirse en la reina Mumtaz Mahal, nombre de significado: “Perla del Palacio”. Los años pasaron felices y tuvieron 13 descendientes, pero al llegar el decimocuarto retoño, la antes llamada Arjumand, falleció repentinamente en el parto.

Shah Jahan, sumido en un exilio y una profunda depresión en su palacio, ordenó construir un complejo de edificaciones que componen el Taj Mahal, erigido como un monumento a su amor eterno. Su nombre es traducido habitualmente como “Palacio de la Corona”. Aunque son muchos los que atribuyen este a una abreviación del nombre de Mumtaz Mahal, su amada perdida.

 

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